Cruza el enorme dintel de la puerta lentamente, una mano amiga se le acerca y tapa la llama que durante horas ha conseguido mantener despierta en su cirio. A pesar de la tela que cubre su rostro, resopla profundamente y la hace separarse por unos instantes de su piel, eso le alivia, llevaba un par de horas deseando poder hacerlo. El cansancio hace mella en su dolorido cuerpo, un par de pasos más y tendrán que cortarle los pies, piensa para sus adentros. A pesar de todo ello, se siente muy bien consigo mismo, totalmente realizado, ha cumplido el anhelo con el que lleva soñando todo el año.


Una vez dentro de la Iglesia, se hace a un lado y reflexiona, su rostro se tuerce cuando por fin se deshace del capirote que le comprime la frente, otro suspiro de alivio. Una marca que enrojece su piel por momentos, aparece en su despeinada cabeza. A pesar del frío que ha pasado esta noche, sobre todo en pies y manos, el sudor acaricia su rostro. Con el capirote bajo el brazo, saluda cortésmente a amigos y conocidos que se encuentran en el interior del templo junto a él, pero sin grandes estridencias, el cortejo todavía está llegando y los pasos aún se encuentran en la calle, prefiere mantenerse serio por respeto.

Es la primera vez en el día que puede observar su Cristo sobre el paso, andando al son de la música, ya que cuando él partió hace horas esa misma tarde, el paso todavía no se había movido de su emplazamiento original en la capilla. En algunos momentos, durante el recorrido, pudo oír a lo lejos algunos compases de la banda, pero nunca se volvió a observar el paso andando, cosa que le hubiese gustado que otros compañeros de fila hubiesen hecho, en eso consiste su penitencia.
Comienza a disfrutar del momento, y entre aplausos de la abarrotada plaza, el paso se alza al cielo. Poco a poco comienza a maniobrar, y al son de una de sus marchas favoritas dedicada a su titular, se va cuadrando con la puerta del templo, de espaldas a él. Se nota que la banda se acerca cada vez más, los cimientos del santo lugar tiemblan, y el eco se apodera de los corazones del cortejo que ya espera dentro. Comienza a entrar, y una lágrima tras otra serpentean por su rostro, es el momento que lleva esperando todo el año, tan sólo veinte minutos escasos en los que puede observarlo, siente cómo la devoción recorre su cuerpo por completo. Intenta reprimir ese llanto, pero en la oscuridad nadie le observa y se desahoga tranquilamente, le pide por todos los suyos, por su hijo y por su trabajo, y le promete entre susurros que el año que viene volverá a estar con Él, que volverá a hacer penitencia en su nombre, y volverá a esperarlo en el mismo rincón de siempre, junto al altar, para poder agradecerle por todo lo bueno que le está pasando.
Siempre me sentí costalero, y mi forma de entender la Semana Santa es bajo los faldones de un paso, por eso, en este mundo en el que cada vez son más los jóvenes que se acercan a igualás para llenar la mayoría de pasos de costaleros, quiero rendir homenaje a la figura del nazareno, esa que realmente lleva la penitencia y que, lamentablemente, cada vez escasea más en los cortejos de nuestra ciudad. Y junto a los que espero compartir estación de penitencia en mi hermandad el día que mi cuerpo diga basta y no me permita continuar bajo las andas del Señor.
Vídeo de nuestro amigo Iván Paisano (Hermano y nazareno de San Gonzalo), cuando tras su estación de penitencia, veía entrar a su Cristo.
Mientras la Virgen de Consolación camina sobre mi cerviz cada Lunes Santo, mi esposa camina en sus primeros tramos de nazareno. Me cuenta que cirio en mano se viven situaciones tremendamente gratificantes, y espero poder disfrutarlas llegado el momento.
ResponderEliminarUn abrazo, buena entrada.