martes, 18 de enero de 2011

SUSPIROS POR SANTA MARTA

En esta vida hay cosas que con tan solo verlas percibes en ellas de una forma íntima y personal un grado de implicación y corresponsabilidad, cosas que con sólo estar atento a ellas poco más de lo necesario te hacen partícipe de su esencia. Son cosas con las que te sientes identificado nada más verlas, te hace sentirlas sin acercarte demasiado, no es necesario, cosas que te emocionan al instante del conocimiento de su existencia, como si formases parte de ellas a través de los años. Existe algo así en mi recuerdo sevillano, algo se retuerce en mi interior al recordarlo, se hace partícipe de su esencia con tan solo mirarlo y vienen a mí multitud de sensaciones que me inspiran estas palabras hacia el misterio sevillano. 

Y digo esto porque está dedicado para el que es para mí el misterio de Sevilla por excelencia, la esencia misma entre lo sagrado y lo humano, la esperanza puesta en el bendito Traslado, en una lágrima de Santa Marta sobre la sábana blanca que mece su cuerpo de Caridad sobre los brazos de José de Arimatea y Nicodemo. Mientras María Magdalena busca consuelo en las Penas de su Señora, San Juan Evangelista observa como una gota de sangre derramada entre los dedos del Señor otorga la vida en forma de rosa pasión con la esperanza de la vida en el Sepulcro tras la Resurrección.

Ese Traslado acompasado por el rachear de sus pasos transcurre desde San Andrés en plena tarde de Lunes Santo. Y aunque el sol irradie una luz cegadora desde lo más alto, una nube de incienso envuelve el dorado de su paso, haciéndolo deterse tan sólo, el trascurrir de tres pasos costaleros tras el golpe fuerte de llamaor, inundando de melancólico recuerdo al más veterano de los asistentes presentes en su Traslado. A pesar de la masificación de gente en calles, plazas y avenidas un silencio sepulcral acompaña el cortejo, roto tan sólo por el quejío de contínuas saetas que osan cantarle a una imagen muerta, con la voz esperanzadora de que que volverá entre nosotros.



Sin duda, la mano maestra de Ortega Bru supo expresar con suma perfección un rostro tan expresivo y maltratado, así como su cuerpo desnudo y ensangretado reflejando el tono nacarado que su piel va dejando a su paso. El liviano peso de su carga es soportado por premonitorias manos camino del Sepulcro en el que será sepultado. Todo ello envuelto por la desazón de la pérdida del aquél que algún día fue humano, hijo de carpintero, y que ahora será trasladado tras su muerte entre campos de iris morados con un larvado sentimiento de culpa de aquellos que no le creyeron.

Cómo me gustaría que en un domingo cualquiera de Cuaresma acercarme bien temprano a un bar de añejo barrio céntrico y sevillano y decirle a un Villanueva que el aquí presente se fajaría un Lunes Santo para portar la sangre derramada en su Traslado, y así paladear su silencio ensimismado y poder trasladarlo al Santo Sepulcro donde descansará y resucitará entre todos los humanos.


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