viernes, 4 de mayo de 2012

SILENCIO BLANCO

Hay muchos tipos de Silencio, varias formas de disfrutar del más amado de las ausencias, la de todo sonido, ese silencio acogedor que profundiza en tus sentidos y reconforta el alma con una silenciosa oración. Yo me encuentro prendado desde la infancia del Silencio negro de mi ciudad, el de la madrugá, ese que se viste de muerte a los pies de la montaña donde se desprende la magia de la Alhambra. Ese Silencio de racheo y tambor ronco, ese que arrastra cadenas descalzas y enciende hachones de cera a la vera de la calada humedad de un río eterno. Pero hoy no vengo a hablar del Silencio oscuro y fúnebre que me invade cada Jueves Santo, quiero haceros llegar otro Silencio aún más lejano que también me ha cautivado hace años.

Ese Silencio no es tan tétrico y negro, este se viste de blanco. Es el Silencio que inspira el dolor de un cuerpo prendido por espadas romanas, es el Silencio Blanco que inunda esa tierra de pasión cada Domingo de Ramos. Es Silencio sevillano. Silencio que se irrumpe en cada momento por un gesto, por un llanto. Silencio repleto de Amargura y acompañamiento nazareno, buscando un recodo tranquilo entre rincones sevillanos.



Podría ser el misterio de los misterios, para mí lo es, ese andar reposado envalentonado y desafiando continuamente al tiempo, no hay cambio o costero que enturbie su paso. Es el Silencio Blanco, ese que Él decidió mantener ante las preguntas de Herodes y vapuleado por el sanedrín que lo traicionaron. Escolta romana acompaña su caminar valiente, siempre enclavado con las manos prendidas por aquellos que quisieron verlo sobre una cruz de madera crucificado.

Nunca vi levantar al Señor, rozando la perfección en el cielo como lo hace el Desprecio, y disfrutar de un esfuerzo costalero por los cuatro costados al compás que lleva su paso. Y es al son de un silencio trianero, ese que reza con tambor y corneta, el que eleve una palma del suelo la parihuela, para hacer flotar su paso sobre las cabezas de aquellos que le observan. Sos marchas de Silencio, con impronta rancia y añeja, las que hagan andar a la cuadrilla de mis sueños.

Y con una cruz de San Juan por bandera, los capillos de un blanco inmaculado, dejan el rastro a seguir por la fiel maniqueta, y el andar se torna en Desprecio, y avanza imponente entre la gente a la orden de una voz con nombre, con nombre de maestros, de maestros al más puro estilo Villanueva. Se tú, Señor del Silencio ante el Desprecio de Herodes, el que guíe el camino de los misterios, y que sea tu perfección, la muestra de tu Silencio.

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