miércoles, 8 de agosto de 2012

ESE LARGO VERANO


El verano es una de las épocas preferidas de la mayoría de la gente, el hecho de poder disfrutar de las ansiadas vacaciones que durante todo el año se van resistiendo en tediosas jornadas laborales, hace mucho, pero son muchas cosas más, los fines de semana acoplado en el piso de la playa de los suegros, las tardes interminables aprovechadas con paseos o deporte hasta la llegada de la tardía noche, las cervecitas en las terrazas de verano de turno, baños en la piscina, y un largo etcétera de cuestiones que hacen del verano la estación más deseada por la mayoría de los mortales.

Pero no es mi caso, el calor que sofoca mi ánimo no me convence, las noches en vela con la almohada chorreando, o la desgana física que el bochorno provoca en mis articulaciones, hacen del verano una estación algo incómoda que siempre quiero que pase rápido. Es cierto, que disfruta uno de más tiempo por aquello de las vacaciones, incluso me gusta aprovechar para hacer algún viajecito cuando puedo, pero como no me llevo muy bien con el sol, y la arena de la playa me incomoda, así que aprovecho esto del verano más que nada para refrescar mi gaznate con cebada líquida bien fresca a cantidades superiores de las que suelo, y debo tomar.


Porque para el cofrade, esto del verano es una época algo incómoda, un invento de aquellos que no nos comprenden para apartarnos de esa pasión que nos embelesa. Cómo podría yo pensar que el verano supera a la primavera, ni de broma, dónde va a parar. Esa estación maravillosa, creadora de vida natural por donde pasa, con aromas a azahar y jazmín y colores anaranjados. Temperatura perfecta donde las haya, ahí está mi primavera, ni frío ni calor, sino todo lo contrario.

Porque el verano es esa época del año quejosa en la que nadie habla de santos, ni se escuchan marchas sonar bajo los puentes, ni el incienso impregna los barrios. Es esa estación sosa, en la que ya no se ven pasar parihuelas cargadas de vigas y sacos por cualquier callejuela, los meses en los que ya pasó la feria, y donde una marisma huelvana vuelve a reponer las marismas de arena.

Pero son en estas fechas estivales en las que más sacamos sin querer el ramalazo. Quién no ha hecho un costal con la toalla de la playa, o ha hecho un capirote con el cucurucho de un helado mientras paseaba dando izquierdos con el niño subido a los hombros por el paseo marítimo. O aquello de ir a escuchar la banda del pueblo tocar y ver cómo sacan al patrón de aquél lugar en el que veraneas. Son pequeñas obsesiones que se escurren sin pensar en este largo verano de sin sabores.


Y es que el cofrade odia el verano, porque no puede justificar una tertulia cofrade ante nadie, porque visiona los vídeos del año furtivamente, como el que le roba algo a alguien. Es en verano, cuando aquellos jartibles pendencieros envenenados por la sustancia cofrade, suspiran por ver pasar los días en el calendario, porque llegue el sosegado Otoño, y comience a rodar aquella vida por la que enfermaron en verano.

Imagino, que muchos de los que lean esto pensarán que exagero, que cómo puede haber alguien que no le guste tanto el verano, pero por otro lado, seguro que aquellos otros cofrades saben de lo que les hablo, que se impacientan por ver pasar la única época del año que no les reporta beneficio alguno en su interés cofrade, que por mucho que les guste a la gente, piensan que qué largo se hace el verano.

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