Es cierto, que hay fechas muy marcadas en el calendario que son muy significativas para echar de menos a aquellos que en el día a día nos faltan. No quiero decir con esto, que no se les eche de menos durante todo el año, pero es cierto, que hay efemérides muy concretas que hacen que te acuerdes de ellos con una mayor intensidad. Una de estas fechas, por ejemplo, podría ser la emotiva Navidad, llena de momentos familiares en los que siempre se acuerda uno de aquellos que ya no están, así como aniversarios o cumpleaños.
Pues bien, a mí hay una fecha que por excelencia me hace sentir especialmente sensible con aquellos a los que anhelo, y esa no es otra que la Semana Santa. Imagino que porque son fechas, tanto la propia Semana Santa como las vísperas de la misma, en las que uno intenta estar más cerca de Dios y de su Madre, y en las que se adquiere una sensibilidad distinta en cuanto a emociones personales se refiere. El que ha estado junto a su Cristo o a su Virgen sabe de lo que hablo, o incluso debajo de un paso, uno se aferra fuertemente a esa fe incombustible, y reza por todos aquellos seres queridos que te rodean, pero sobre todo, por aquellos que se fueron alguna vez junto a Él, dejándonos un vacío interno difícil de superar.
Y es que por estas fechas, me acuerdo más que nunca de tus ojos pequeños hundidos tras una sonrisa continua, del picor de tu espesa y canosa barba cuando te besaba en la mejilla cada día. Supongo que será por que a tí te debo la vida y lo que soy, pero un vínculo invisible pero indestructible me sigue uniendo a tu alma, a pesar de la distancia inmaterial que nos separa. Imagino que no te puedo quitar de la cabeza en estas fechas, porque gracias a tí soy el costalero y cofrade que durante años se ha ido forjando gracias a tu empeño, porque fuiste tú el que me dio el último empujón para esconderme bajo unos faldones siendo muy joven, y de los que aún no he conseguido escapar para mi regocijo.
Muchas veces me quedo serio y pensativo con tu imagen aleteando en mi cerebro, puedo mirar fíjamente el reloj de pared que marca el tiempo que nos separa, y ver avanzar cada segundo como si fuera eterno, escuchar la aguja golpear duramente mis recuerdos, y empiezo a pensar que no volveremos a vernos jamás. Pero esa imagen de un cuerpo menudo agarrado a un bastón con silla aguantando la espera para coger un buen sitio en la Plaza de Sto. Domingo, para ver a tu hijo por última vez bajo las andas de su Cristo, ya casi no me entristecen, sacan de mí una sonrisa de un orgullo muy sentido.
La nostalgia invade estos días de recuerdos, serán esos sitios a los que acudimos juntos, esa esquina en la que veíamos tal cofradía o esos olores a barrio con bulla, los que sigan acechando una sonrisa en mi rostro, porque no hay mejor nostalgia que aquella que se celebra con alegría. Se que no volveremos a recorrer esos sitios juntos como antes, pero también se que nunca me abandonarás cuando bajo unas trabajaderas de fe, te brinde cada una de las chicotás que me quedan.
No hay fecha en el año en la que añore más tus abrazos, en la que eche más de menos tu presencia y tus consejos. Quisiera volver a caminar contigo aquellas calles de nuestra ciudad rociadas de cera, volver a tener aquella mirada cómplice cuando en silencio observábamos pasar cualquier paso desde la acera. Espero poder enseñar en un futuro a mis hijos todo aquello que me supiste inculcar hace tiempo, para que ellos consigan recordarme con el amor y el respeto que yo te tengo.
Sin tí, un año más.
P.D.: Dedicado a todos aquellos, que faltándoles un ser querido, se intensifica su ausencia en estas fechas.
Magnífica entrada,...el Despojado y mi abuela siguen siendo un sólo sentimiento cada vez que el misterio deambula bajo el balcón de la que fuera su casa, y en la que la sigo viendo asomada a pesar de los años transcurridos.
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias por acercarme a mis reuerdos con tu entrada.
Gracias a tí por hacerlos partícipes de este humilde rincón.
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