Anoche, de viaje por carretera a casa me movía inpaciente en el habitáculo del coche mientras conducía, era el cansancio de una maratoniana jornada laboral, sumado a las imperiosas ganas de volver al hogar las que me incomodaban en tan pesado viaje. Pero algo sucedió que cambió mi visión del camino, de repente, las nubes se fueron abriendo silenciosamente ante mis ojos, dejando ver el cielo iluminado por una luna espectacularmente reluciente.
No era una luna llena, pero después de todo un día nublado esa luna creciente brillaba esplendorosamente
ante mis ojos. No pude evitar sacar un cd de marchas clásicas, de esas que todo buen cofrade suele llevar siempre en el coche, y después de darle al play me inundó una sensación de profunda melancolía. Al resonar de tambores y cornetas empezaron a vernir a mi mente recuerdos cofrades, sensaciones inquietantes bajo los pasos, olor a incienso, incluso creí escuchar el rachear de zapatillas con el asfalto. De repente, aquella luna inspiraba mis mas gratos recuerdos y en la música empezó a sonar una melodía que me resultaba bastante familiar, era Silencio Blanco. Entonces, vino a mí un recuerdo muy concreto, la primera vez que en Semana Santa pisé Sevilla.
Era el Domingo de Ramos de hace ya bastantes años, la gente se agolpaba vestida de gala por las calles del centro sevillano, recuerdo que tras una extensa fila de nazarenos empezó a sonar esa misma melodía que en el coche yo escuchaba. Ya la conocía, por supuesto, pero nunca la había escuchado con tanta intensidad como hasta ese momento, no recuerdo la calle en la que me encontraba, pero sí que el brillo de un dorado inmenso se acercaba hasta donde yo estaba de una manera sobervia. Poco a poco se acercaba una figura envuelta en tela blanca, la cual no cesaba en su dulce movimiento, ese compás costalero que hacía mecer todo el misterio. Pero yo me quedé absorto en la figura vestida de blanco, boqueabierto, cuando se acercó bastante y lo tenía justo delante, entonces comprendí el porqué del nombre de aquella marcha que sonaba con tanta delicadeza, que hacía mecer a Jesús y lo envolvía todo en un "Silencio Blanco".
El paso se paró frente a mí, e intenté memorizar con avidez cada detalle de la mole que tenía delante, los segundos fueron eternos hasta que oí sonar el llamaor: Tooos por igual!! A ésta és!!. Y tras el crujir de la madera sonó tan fuerte el llamaor, o por lo menos eso fue lo que a mi me pareció, que el pasó voló ante mis atónitos ojos, dejándolo posar sobre el suelo de aquella espectacular manera que me quedé absorto durante los segundos que duró tan magno espectáculo. Volvió a sonar el tambor y con una inmensa zancada el paso comenzó su andar de una forma tan sincronizada que las figuras del misterio se movían al unísono en una coreografía perfecta que no necesitaba de movimientos bruscos ni algarabías, solo pura armonía en movimiento.
Fue a partir de aquel momento, cuando me quedé prendado del desprecio, del Desprecio de Hedodes a Jesús ante su pueblo. Fue entonces cuando conocí la perfeción de un paso al andar, al arriar y al levantar, y de como una banda sabe adaptarse a esa peculiar forma de trabajar.
Cuando me quise dar cuenta entre tanto recuerdo, estaba llegando a casa, la luna seguía allí y yo cerca del hogar, donde llegué sin darme cuenta gracias a mis recuerdos.
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