El viernes pasado la hermandad de la Cena celebró su primera reunión de costaleros de la temporada, a la cual no pude asistir lamentablemente. Pero a pesar de todo, no dejé de acordarme de ellos. Es cierto que es poco el tiempo que llevo unido a la cuadrilla del Misterio, pero no por ello deje de sentirme como en casa bajo sus andas. Mi llegada a la cuadrilla estuvo llena de reencuentros con gente conocida, algunos de ellos muy queridos, y de sensaciones que desde el primer momento fueron saciando mi curiosidad por esta cuadrilla.
He de reconocer que tuve mis dudas durante bastante tiempo, por si debería unirme o no a ellos, no por nada, sino porque mi tiempo y mis devociones estaban más que saciadas con las actuales hermandades a las que pertenezco. Pero las ganas de ser costalero sacramental desde hace varios años, y los insistentes ánimos de su contraguía, hicieron que dejara de pensarlo para siempre y me decidiese a dar el paso. Y allí me presenté, un frío y nublado sábado de marzo, con mi costal blanco bajo el brazo, junto al Estadio de Los Cármenes.
Me congratuló bastante encontrarme con gente a la que quiero, admiro y conozco en muchos aspectos, y para mí era un honor poder compartir trabajadera junto a todos ellos. Justamente me encontré allí debajo todo aquello que iba buscando y esperaba encontrar, una cuadrilla formada y unida, con muchos años bajo los pasos, entregados a su Cristo y de la que hay mucho que aprender.
Ha sido una experiencia muy grata en mi primera toma de contacto, y estar bajo ese formidable misterio ha cumplido mis espectativas al cien por cien. Este Domingo de Ramos volví a sentir esos nervios del primer año, la incertidumbre hacia algo desconocido, volver a sentirme el nuevo después de tantas salidas. Y aunque es cierto que conocía a mucha gente, no es lo mismo que la hermandad de uno, después de tantas Semanas Santas me gustó pasar desapercibido, anónimo entre tanta gente, un nombre más en el cuadrante de costaleros.
El Domingo de Ramos volvió a ser especial después de muchos años, y que suceda en el Realejo, lo hace aún más especial si cabe. El escenario me suena bastante, pero los rostros y la madera son nuevos para mí. Me concentro en la rocalla, en el Señor y sus Apóstoles, busco unas manos amigas de confianza que encajen el costal en mi sesera, y me enorgullezco por primera vez de pertenecer a esa marea burdeos que se apila en unas escaleras dominicas a la espera de la primera foto. El ambiente es espectacular, y eso rearma mi confianza, parece mentira que después de tantas primaveras bajo los pasos me ponga tan nervioso, quiero demostrar mi valía bajo esa mole de madera que acecha el empedrado por Pavaneras, estoy dispuesto, llegó mi momento.
El resto del Domingo de Ramos transcurre como un sueño, pasa volando, como cada Martes Santo con el mismo recorrido pero con distinto paso. Ya se que egoistamente me hubiese gustado estar más rato bajo ese barco, pero aprovecho cada instante que llevo su peso sobre mi cerviz, dejándome llevar entre izquierdos, costeros y cangrejos. Probé palios, misterios con agrupación y pasos de silencio, pero nunca había trabajado al son de tambores y cornetas, y que mejor que hacerlo con el Misterio de los misterios, con Jesús sentado ante su Última Cena, con Judas contado monedas.
Y la gloria se alcanzó donde tantas veces me sentí cofrade por los cuatro costados, Jesús y María se convirtió en el sueño de todo costalero, la calle rezumaba cada vez más gentío cuanto más se estrechaban sus aceras, allí se alcanzó el cielo, allí fuimos hijos del Señor invitados a su última Cena, testigos de su traición, y partícipes de su gloria. Difícilmente conseguiré borrar aquellas chicotás de ensueño, experiencia cumbre como cofrade y costalero. Y como colofón, el lujo de estar en un sitio privilegiado para ver llegar a su madre Victoria, palio emblemático para mí.
Siempre fui hijo fiel a mis titulares, pero desde ese Domingo de Ramos guardo una nueva imagen en el corazón, aquella que me hizo soñar durante todo un día, pero aquella que me hace rezar durante todo el año. Espero poder seguir bebiendo de esa cuadrilla y su sabiduría, de su saber hacer bajo los pasos y la elegancia que la caracteriza, pero sobre todo, por el gran talante humano que abarrota las trabajaderas del Señor de la Sagrada Cena.
P.D.: Gracias a todos aquellos que hicieron mucho más fácil y feliz mi estancia en las trabajaderas, y gracias al Señor por ser tan grande.
Uffff.... mañana que empieza llena de pellizquitos, joé... un abrazo enorme, Raul.
ResponderEliminarY llevas razón... hijo fiel a tus titulares, pero la Cena, costaleramente hablando, te da pa rezar todo un año, si señor...
Gracias a ti por dar lo mejor de tí mismo al Señor, amigo.
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