Con los años, he ido aprendiendo que en casi todas las facetas de la vida es más importante la calidad que la cantidad, y en el ámbito cofrade, igualmente se puede aplicar esa máxima de la vida. Cuando era un chaval y reciente me iniciaba en esto, añoraba que en nuestra ciudad hubiese una mayor cantidad de cofradías, pensaba que cuantas más llenasen las páginas de los programas de Semana Santa, más importante sería mi ciudad en el mapa cofrade. Y van pasando los años y aprendes algo, y te das cuenta que Granada es lo que es en cuanto a afición cofrade, que es una de las tradiciones más bonitas que tenemos en nuestra ciudad, que con ella se llenan las calles una semana al año, pero no dejar de ser eso para la mayoría de sus habitantes, una tradición o fiesta que acontece una vez al año. Por lo que me he ido dando cuenta que no necesitamos más cofradías que engorden la lista, sino que las que ya tenemos adquieran más firmeza, y en el fondo, esa calidad que reclamamos. Que aquéllas que ya existen desde hace muchos años revitalicen sus nóminas de hermanos activos, que participen en la vida de hermandad, y así esas hermandades podrán ir adquiriendo el carácter que a muchas aún les falta en nuestra ciudad, o que han ido perdiendo con el tiempo.
Respecto al mundo costalero ocurre lo mismo, quién no deseó verse en una cuadrilla repleta de costaleros fuertes dispuestos a sufrir por aquello en lo que creían, pero por supuesto, eso fue en otro tiempo. Hoy día pegas una patada a una piedra en el Realejo y te sale un costalero. Cierto es, que aún hoy día quedan algunas cuadrillas escasas en personal, pero eso sigue derivando del problema antes mencionado, la calidad. Por otra parte, en las cuadrillas a las que tengo la suerte de pertenecer, he notado un constante incremento de costaleros en los últimos años. Ahora, el costalero no es un bicho raro que casi pasa desapercibido en el mundo de las cofradías como hace ya algunos años, no es un loco que hipoteca parte de su salud por llevar un trozo de madera. Ahora, ser costalero está de moda, poder contar las batallitas bajo los pasos rodeados de amigos, poder pedirte el día libre en el trabajo para salir de costalero sin que tu jefe te mire raro o te tilde de loco.
Pues bien, así mismo he llegado a la conclusión con el tiempo a que tener muchos costaleros no es la solución para un trabajo bien hecho. Y volvemos a la premisa de la calidad por encima de la cantidad. Y permítanme que subraye ambas palabras, porque es importante su distinción. Prefiero estar rodeado de pocos pero muy buenos costaleros, que de un montón de personas que aprendieron a hacerse el costal. Valoro mucho más a la gente comprometida con los compañeros que llevan a su lado, o con quién vaya delante del paso, e incluso con lo que llevan arriba, con capacidad de sacrificio y valentía; que tener cuadrillas plagadas de gente a rebosar pero que carecen de los principios básicos para dedicarse a este oficio. Vale más la calidad que la cantidad, de eso estoy seguro.
Pero me detengo ahora en un caso en el que valoraría la cantidad, donde obtener un mayor número de participantes sería extraordinario, y es en el número de capillos que acompañan nuestros pasos. Me atrevería a decir, que la creciente convocatoria de costaleros en la mayoría de nuestras cofradías ha ido en detrimento del número de nazarenos en los cortejos de nuestra ciudad, y eso me preocupa, la verdad. Quizás ahora ser costalero está de moda, lo cual me alegra, pero como costalero he de decir que es preocupante ver como las filas de cera están cada vez más vacías. Seguramente hace 50 años no había tantos cofrades en la ciudad, pero de qué nos sirve tener tantas cofradías si en algunas apenas los pares de nazarenos se pueden contar casi con los dedos de la mano.
Exageraciones a parte, pienso y me gustaría ver cada vez más gente en nuestros cortejos procesionales, largas filas de capirotes antecediendo a nuestros titulares, calles llenas de túnicas y cirios anunciando la llegada de los pasos. Eso querría decir que la gente se acerca a las hermandades y se animan a salir, que participan en la vida de las cofradías, y que están presentes ante sus titulares. De qué nos sirve tener tanto costalero llenando casas de hermandad en sus bares, si ni siquiera saben cuándo son los cultos que celebran en honor a esas imágenes que tanto veneran cuando tienen el costal puesto.
Entiendo que hoy en día, entre la juventud esté mejor visto ser costalero, pero espero que ahí no se acabe la participación de los mismos en las hermandades, que el día de mañana sepan coger conciencia de lo que va todo esto, y puedan ser partícipes de su hermandad con un capillo puesto. Espero poder hacerlo yo cuando los años y las fuerzas sepan decirme a tiempo que he de colgar la ropa, y que el lugar de demostrar mi devoción es otro, junto a la cera y el incienso, palabra de costalero.
Amén...
ResponderEliminar