Hay un olor muy peculiar que se hace característico a todo los costaleros, un olor que analizado, provoca un alarde de sensaciones en la retina del costalero, ese es el olor a madera. El otro día, en cuanto me dirigía a la reunión de costaleros de La Cañilla, en pleno Realejo, tuve esa sensación de manera brutal. Nada más atravesar el dintel de acceso a la casa de hermandad, miré de reojo a las rojizas sábanas que cubren por completo los pasos de nuestros titulares, que en el margen derecho del acceso al local, esconden esas moles de madera barnizadas, doradas o embellecidas en plata que tienen envuelto a todo el rincón en un aroma a madera tallada, que todo costalero es capaz de reconocer al instante de encontrarse allí.
Ya se que puede parecer absurdo hablar de olores, y mucho más del olor a madera, pero estoy seguro que todo aquél costalero, incluso cofrade en general, reconoce perfectamente de lo que estoy hablando, y ese olor tan característico, es capaz de hacerte sentir, recordar, anhelar, emocionarte y suspirar. Pasan ya varios meses desde que la Semana Santa 2011 echó el cierre, muchos días han pasado desde que esas parihuelas se viesen relegadas a la oscuridad de una casa de hermandad, cochera o local, y es por ello, que cuando te vuelves a encontrar de repente con ese olor tan característico, te vuelven todo ese tipo de sensaciones vividas bajo los faldones.
Desde esa noche, he querido mantener vivo ese aroma en mis sentidos, incluso el tacto puede hacerte viajar a grandes momentos bajo los pasos, el roce de las yemas de los dedos con la parte interna del paso, allí donde la madera en bruto, sin ningún tipo de tratamiento o pan de oro, se aprecia con las únicas marcas que dejó la gubia de algún maestro artista en dar forma a la madera.
Cuando viene a mí ese aroma tan característico me gusta cerrar los ojos y soñar despierto. Soñar con estar debajo otra vez bajo sus andas, empujar los travesaños con mis manos, sentir el peso de la brutal madera sobre mi cuello, notar el roce del palo al agarrarse en mi costal, soñar con marchas flamencas bajo el paso. Me gusta pensar en ello y experimentar de nuevo esas sensaciones que quedarán para siempre perdidas en algún rincón de mi memoria, despertadas de él cada vez que experimento ese olor de cerca.
Me gusta pensar que ese olor, que lo envuelve todo bajo un paso, se mezcla con el aroma a incienso que se va filtrando por los minúsculos agujeros que va dejando la talla de los respiraderos. Esa fragancia me recuerda los grandes momentos junto a mis compañeros, me hace sentir costalero, me llena el corazón de sentimientos hacia tu persona, aquella que fue plasmada en esa misma madera, y que con forma de persona humana, te bajaron de los cielos para poder ser venerado sobre un paso lleno de costaleros fieles a tu imagen.
Son muchos los aromas que envuelven la Semana Santa, pero quizás este, por lo que significa, sea el más característico para el costalero, sea aquel con el que sueñan miles de personas en Andalucía durante todo un año, añorando poder sentir su peso, tocar sus astilladas esquinas, o sentir la mezcla de polvo y viruta que continuamente se va generando debajo de un paso. Es el olor a madera, así de sencillo, el mismísimo aroma de los cielos, el que me hace recordar esos maravillosos momentos.
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