Ha pasado la Semana Santa de 2012, y todo aquello por lo que nos tiramos más de un año esperando, se fue tan rápido como un suspiro, como el polvo que se lleva el viento de tu propia mano. Han sido ocho días intensos, llenos de emociones, sentimientos, y desgraciadamente también de algunos lamentos. Como viene siendo habitual en los últimos años, la lluvia quiso ser protagonista de nuestros desfiles procesionales, haciendo acto de presencia en muchos de ellos, dejándonos una vez más, una Semana Santa atípica e incompleta.
Han sido varios, los días que que se quedaron en blanco en el discurrir de cofradías por carrera oficial y en los barrios. El agua acechó calles y plazas, transformando la ciudad en un paisaje de charcos y paraguas, convirtiendo así la semana, en una fastidiosa Semana Santa. Pero no sólo el agua hizo acto de presencia, un frío invernal fue adentrándose en la ciudad conforme iba avanzando la semana, tiempo atípico totalmente en primavera, pero muy común últimamente por desgracia en la Semana Santa de nuestra ciudad.
Es cierto, que un halo de tristeza rodeó a aquellos que no pudieron realizar la estación de penitencia con sus sagrados titulares, e incluso tuvimos la desdicha de contemplar imágenes nunca deseadas, marcadas por la presencia de agua en cortejos que ya se encontraban camino de la Catedral, sin entrar a valorar si fue o no afortunada su decisión de ponerse en la calle. Unas veces la suerte, otras la cabezonería, nos dejaron imágenes desafortunadas, en las que los cortejos e imágenes se envolvían en hábitos cubiertos por el agua, o por horripilantes plásticos que nos volvían a la realidad de lo desafortunado de esas decisiones.
Aún así, a parte de esos aciagos días de lluvia y frío, hubo otros tantos que se salvaron del castigo del cielo, que pudieron llevar a cabo por completo sus estaciones de penitencia correspondientes, tal y como mandan los itinerarios oficiales. Y es que hubo días de esplendor cofrade por las calles de la ciudad, como pasó con el Domingo de Ramos, día que por lo bonito y singular que suele ser al abrir la Semana Santa, nunca deberíamos de prescindir de el.
La siguiente gran jornada plena sin agua fue el Miércoles Santo, a pesar de que la presencia del frío ya hizo mella en aquellos que nos encontrábamos en la calle gran parte de la jornada de ese grandioso Miércoles Santo. El Viernes Santo auguraba una buena jornada de cofradías tras la visita de la Soledad al Campo del Príncipe al mediodía, pero una tormenta a primeras horas de la tarde, arreció las calles de agua, convirtiendo la jornada en una de las más frías que yo recuerde en Semana Santa. Finalmente, tras el retraso producido en la salida de todas las cofradías del día, se pusieron en la calle todos los cortejos del Viernes Santo.
Pero el infortunio y la lluvia volvieron a hacer acto de presencia al final de la jornada, empañando un Viernes Santo atípico y raro desde el comienzo. La hermandad de los Ferroviarios se dio la vuelta nada más salir de su Templo, y el resto de hermandades que completaron su estación de penitencia envueltas en un gélido frío y ante la amenaza de nuevas lluvias, acortaron todo lo que pudieron el recorrido y su tiempo en la calle, para finalmente verse sorprendidas por el agua nuevamente, justo antes de llegar sano y salvo a sus templos.
Finalmente, la semana terminó mejorando poco a poco, la jornada del Sábado Santo recibió a la Virgen de las Angustias de la Alhambra Coronada, con una gran novedad en su andar bajo el paso. Los famosos y tradicionales varales, que servían para que costaleros sobre un hombro portaran a la imagen alhambreña, desaparecieron por completo después de muchos años de presencia en el peculiar paso del Sábado Santo.
Y tras el Sábado, llegó el Domingo de Resurrección con los cielos prácticamente despejados, dispuesto a recibir a Jesús Resucitado. El popularmente conocido como Facundillo, volvió a demostrar por las calles de la ciudad la auténtica Verdad de todo esto, la inocencia de los niños envolvió las calles en una jornada de sonido de campanas y gritos alegres, demostrando la devoción infantil del pueblo. Y así, se dio paso a los dos Resucitados de la ciudad, uno matutino que se paseó por el centro, y otro vespertino que prolongó su paseo hasta la media noche del Domingo de Resurrección.
Pues cabe recordar, que una vez más fue una Semana rara y extraña, con muchas devociones y pasiones sin procesionar, habrá entonces que acercarse aún más, a capillas e Iglesias para poder disfrutar de aquellas imágenes de las que no pudimos disfrutar en la calle. Aciago ha sido ese Lunes Santo, que nos privó de disfrutar de la imagen del Rescate por las calles del centro de la ciudad, o de la solemnidad del cortejo que acompaña al Sagrado Protector de Granada y su Madre Consolación, o de vivir una jornada en el Realejo con el Señor del Huerto entre un ambiente cofrade inigualable.
Se nos ha privado al igual, de disfrutar del Martes Santo, de ese palio repartiendo Esperanza por Granada, o de vivir plenamente a la Hermandad de la Cañilla en la calle. No hemos podido vivir esa jornada albaycinera como es el Jueves Santo, con la compañía de la Aurora, la Estrella y la Concha, no hemos podido sobrecogernos con la presencia de la Misericordia del Señor clavado en una cruz de taracea.
Han sido tantos los momentos que se nos quedaron incompletos, que volveremos a esperar un año más con las mismas ganas e ilusión que estuvimos esperando la llegada de esta última Semana Santa pasada por agua. Hemos de hacer reflexión interna, y darnos cuenta que las imágenes siguen estando todo el año en el mismo sitio, que las Hermandades y Cofradías siguen estando vivas los 365 días del año, y que si conseguimos apreciar todo eso que está al alcance de nuestra mano, no sentiremos tanta pena y nostalgia por no ver nuestras devociones pasear por las calles de la ciudad.
Hasta el año que viene, si Dios quiere.
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