jueves, 12 de abril de 2012

EL DOMINGO DE RAMOS

El esperado Domingo de Ramos llegó como llega siempre, con su tradicional Misa de Palmas y con la apertura de puertas de todos aquellos templos que cobijan en su interior algún paso para ser visitados por los cofrades más inquietos, los que se impacientan por ver una imagen en la calle. Con el corazón henchido de emociones por la llegada del Domingo más esperado del año, y con un ojo puesto en el cielo, mi Domingo de Ramos se desarrolló por completo en una hermandad de barrio, en el Realejo, y bajo uno de los misterios más impresionantes de nuestra Semana Santa, el de la Santa Cena.

He de reconocer que este año, los nervios y un pequeño cosquilleo recorrían por completo mi estómago, sentí una vez más esa inocencia de alguien que llega nuevo a un sitio desconocido y no sabe a lo que se enfrenta, a pesar de que ya no era el primer año que contaban con mi presencia bajo los palos. El ronroneo interior se intensificó cuando una vez allí, comprobé que el tiempo se convertiría en nuestro aliado, que respetaría por completo el paseo que el Señor de la Cena merecía darse por las calles de Granada.

Después de alimentar mi contradictorio estado de ánimo, una mezcla entre ilusión infantil y nervios irracionales, al comprobar la estupenda tarjeta de relevos que se me ofreció, intenté desde ese momento en el patio concentrarme en su apaciguadora imagen, llegando a serenarme hasta el extremo. Así pasé gran parte del agónico lapso de tiempo que transcurre hasta que por fin retumba el sonido del llamaor por todos los rincones de Sto. Domingo, pensando en Él y en su Madre.


Segundo año bajo sus trabajaderas, y primera salida que hacía desde la Iglesia con el Señor sobre mi costal. La salida transcurrió de una manera reposada y elegante, sin aspavientos raros sobre el paso, y siempre a compás, como mandan los cánones básicos de esta legendaria cuadrilla. Una vez soltado una gran dosis de adrenalina bajo el paso, éste se fue asentando rápidamente en su andar y se fue comiendo las calles de una manera casi siempre magistral, con un paso reposado pero siempre de frente.

La jornada fue transcurriendo de manera inmejorable, pasando grandiosos momentos bajo las trabajaderas del Señor, compartiendo momentos únicos que seguramente nunca olvidaré y de los cuales se aprenden tantas y tantas cosas, tanto como costalero como persona. Las levantás me gustaron, las arriás en el sitio, y el compás que lleva ese paso al son de la música pocos pueden igualarlo en esta ciudad. Disfruto cuando esa mole llena de amor y fe, dice de andar de largo, pausando sabiamente los tiempos, cómo se fijan los costeros en cada chicotá e incluso cuando va dando izquierdos, toda una lección de costalería al servicio del Señor.

Y así llegamos una vez más a Jesús y María, calle emblemática y especial para mí, no sólo por lo espectacular que lo hace la Cena, sino porque aquí también se me agarran los pellizcos al corazón el Martes Santo. Y es que, el que ha vivido esta calle una vez caída la noche, sobre su irregular empedrado, con sus estrechas aceras y llena de mosaicos, sabe de lo que le hablo. Allí, el Domingo de Ramos se consagró por todo lo alto, auténtica coreografía de salón la que llevaban los trece en su mesa, agarrados a ella para no perderse puntá de lo que allí aconteció en tan mágica jornada de Domingo de Ramos, espectacular.


He de decir, que en mis años bajo las trabajaderas en los diversos pasos en los que he tenido suerte de trabajar, este año será uno de los que me llevaré conmigo muy dentro. En la cuadrilla de la Cena se respira amistad y buen ambiente, pero sobre todo, costalería por los cuatro zancos del paso, es una escuela continua para los costaleros en cada paso que da, todo un ejemplo para las cuadrillas de la ciudad. A pesar de todo esto, una nota negra enturbió aquella noche el ambiente, un anuncio que nadie esperaba bajo aquellos faldones, la voz de la Cena nunca volverá a pregonar bajo sus trabajaderas, hecho que seguramente será bastante difícil de digerir a la cuadrilla de la Santa Cena.

Y no quería acabar la crónica de mi Domingo de Ramos, sin comentar aunque sea de pasada, que por fin pude volver a ver en la calle a una MADRE con mayúsculas. Allí me encontraba yo, anticipándome a la hermandad para realizar un relevo, cuando me sorprendí con la finura de su palio y la belleza de su rostro, y me quedé embobado viendo como un niño a la Virgen de la PAZ, que tantos años me sirvió de desahogo espiritual y que tanto me enseñó bajo sus trabajaderas, aquella que por un tiempo me dio la oportunidad de igualar en un paso de palio con el que disfrutar y el que me ayudó a formarme como costalero, ese amor nunca lo podré olvidar y por eso siempre la llevaré en el corazón.


Gracias en general a todos aquellos que me han hecho sentir en la cuadrilla de la Cena como en mi propia casa en estos dos años que llevo con ellos.Y en particular, como ya he dicho varias veces, a aquellos que me han acercado a Él, me han enseñado lo grande que es y han hecho que lo quiera un poco más, que ellos ya saben quienes son, por todo, Gracias. 

1 comentario:

  1. Un sabio amigo mío me dijo una vez: "el Domingo de Ramos hay que vestirse de costalero"...¿cabe más verdad en tan corta frase?...

    Un abrazo Abuín

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