Que me gusta concentrarme el día de que salgo de costalero, vestirme lentamente y meditando cada hora, cada minuto, cada segundo que falta para que llegue el momento. Como el torero, me gustan esos momentos previos en los que vestirse de luces es todo un arte. Encerrarme en la habitación solo y sentirme inmerso en mis pensamientos, aislarme del exterior y poder percibir con mis sentidos cada momento que paso vestido de costalero.
Al igual que el torero, me gusta encomendar mi suerte a las imágenes a las que siempre dedico mis rezos, guardar una estampa arrugada y gastada por el tiempo para llevarla conmigo muy pegada al pecho. Ser esclavo de las supersticiones aunque sea por un día, para todo aquello que acontezca durante la jornada de mis sueños. Quiero ser partícipe de la gloria que viven los toreros cuando realizan ese paseíllo por el albero, rodeados de aplausos anónimos en los que refugiarse y motivarse momentos antes de enfrentarse al toro.
Acompasar mis movimientos, compenetrados pies y manos con la música de clarines y trompetas tras el paso, como si de un pasodoble se tratara en plena faena. Cuantas semejanzas busco soñando entre montera y costal, entre costalero y torero, entre la suerte que nos acompaña en esos momentos, entre la gloria de vernos realizados y satisfechos con lo que hacemos.
Finalmente, en la previa al esperado momento, poder enfundarme el costal cual montera de torero, y ajustarlo por encima de los ojos, apretar la tela y poder mirarle a los ojos una vez que la suerte está echada, y el nerviosismo desaparece para dejar paso al alma y el corazón, que serán los encargados de crear el arte a partir de ese momento, al igual que los toreros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario