Hace tan sólo unos días, cuando apuraba las últimas horas de sol del mes de Agosto a la orilla de la Costa Granadina, cumplía el ritual típico en mí para sobrevivir a las sofocantes horas de playa. Sentado en la hamaca, hasta arriba de protección 50 y periódico en mano, disfrutaba del agradable sonido de las olas rompiendo en las piedrecitas que caracterizan las orillas de nuestro litoral. Comenzó a levantarse levemente el temido viento del "levante", y con él, vinieron a mí unas melodías que me resultaban muy familiares, levanté la vista lentamente para ver si podía reconocer aquello que creí haber escuchado. Tras unos segundos sin escuchar nada, volví a bajar la vista centrada ahora en los últimos fichajes del verano para el Granada C.F., pero de repente otra ráfaga de aire trajo a mis oídos otra vez aquella melodía que casi pude identificar esta vez. Hasta que mi mujer sentada a mi lado pregunta extrañada: ¿Eso que suena es música de Semana Santa?.
Ahí se confirmaron mis sospechas, eran cornetas y tambores aquellas notas que se mezclaban con el viento y aterrizaban en mis oídos para deleite de mis sentidos. Entonces me puse a buscar desesperadamente de dónde provenían aquellas melodías tan reconfortantes. Allí, a mi izquierda, a tan sólo unos metros se encontraban un grupo de jóvenes alrededor de un móvil de última generación escuchando esas marchas que tanto despertaron mi instinto más cofrade. Y aquéllo en sí me emocionó, cómo unos jóvenes con edades comprendidas entre los 15-18 años disfrutaban de aquella música y la comentaban con entusiasmo. Me alegró descubrir que no sólo yo era un bicho raro por gustarme escuchar marchas en pleno mes de Agosto, de ver como la juventud de hoy en día tiene ese gusanillo metido muy dentro.
Una vez reposado otra vez en mi hamaca, y poco después de la grata sorpresa playera de las marchas, presto atención a una conversación que se producía a mis espaldas, la misma me llama la atención por el uso de un vocabulario específico con el que estoy muy familiarizado. Giro la cabeza y me encuentro a otro par de adolescentes hablando de bandas y los acompañamientos musicales que hacen a ciertos pasos de nuestra capital. Aquello me reconfortó bastante y me hizo vislumbrar que hay mucha gente joven que piensa y vive la Semana Santa como lo hacía yo con su edad, que ese gusanillo que te mantiene vivo durante el resto del año lo heredan los jóvenes de hoy en día.
Aquella mañana tan agradable que pasé en la playa me hizo reflexionar sobre cómo pasaba yo los veranos hace tan solamente algunos unos años cuando bajaba en el coche con el sonido de tambores, cornetas o trompetas retumbando entre las cuatro puertas del vehículo. Pasar aquellas largas tardes de estío viendo vídeos del paso por Campana de mis cofradías favoritas por tierras hispalenses. O quién no ha hecho costales con la toalla de la piscina o la playa, o ha ido haciendo cambios de marchas con los pies cuando paseabas por la orilla. Es el síndrome del cofrade en verano, sobrevivir a una época del año en la que deseas cruzarte con algún cofrade en el chiringuito para mantener una tertulia improvisada de verano. Sobrevivir a unos soporíferos meses en los que no hay cultos, ni se producen noticias cofrades, tienes que buscarte tu propia supervivencia en un mundo, que durante unos meses, se vuelve totalmente contrario a lo cofrade.
No es que ahora no me guste hacer todo eso en verano, pero si es cierto que las circunstancias van cambiando con los años. Ahora es más difícil viajar durante horas en el coche y meterle un tute a tu mujer de tambores y cornetas hasta que los dientes le acaben chirriando, es más difícil meterse en la casa de la playa de los suegros y ponerte a analizar vídeos de tus pasos predilectos. Ahora hay que hacer un alto en el camino para no cansar a aquellos que te rodean, ya que no todo el mundo piensa que es bueno vivir de la Semana Santa en verano, y piensan que estás mal de a cabeza y que lo tuyo no tiene arreglo. Pero yo se que tú, cofrade que lees atentamente éstas líneas, eres como yo, que no puedes remediar el escuchar tambores y cornetas en pleno verano, aunque sea a escondidas con el móvil y los cascos puestos, que piensas en chicotás perfectas cuando te quedas absorto mirando al mar, se que no soy el único enfermo al que le corre el veneno cofrade por las venas, y aunque algunos nos llamen raros, yo estoy orgulloso de ello.
Ya va quedando menos...
La pena es que el 90% de esos jóvenes sólo se quedan en eso... en la corneta, en cómo fulano aguanta el solo 15 compases y en cangrejear delante de la banda, como si no fuera el Señor precediendola. Esa es la pena... que les gusta el folcklore de la música semanasantera, pero poco más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues yo que tengo 14 años y llevo desde pequeñito todos los años con la semana santa en la mente. Todos los dias veo mis videos de semana santa, escucho marchas y espero con anhelo a que llegue esa semana tan esperada para mi y muchos cofrades...
ResponderEliminarQué ganas de que llegue ya!