Este año la sensación era extraña al no sacar la carreta ni poder hacer el camino, así que el lunes cuando me propusieron hacer la locura de ir a Coria del Río, simplemente para ver cruzar el Simpecado granadino las aguas del Guadalquivir, no me lo pensé demasiado. Incluso en el tedioso viaje nos pensamos si no era mejor darse la vuelta debido a las fortísimas tormentas que nos acecharon una vez cruzamos a la provincia sevillana, pero aún así insistimos en nuestro empeño y nos presentamos a media tarde en tierras corianas.
Da gusto llegar a este pueblo y sentirse cómodamente como en casa, la hospitalidad de su gente rezuma por sus calles, y le hacen sentir a uno parte del pueblo. Es impresionante cómo se vuelca su gente con el paso de las hermandades que diariamente inundan sus calles y enturbian su rutina diaria. Pasear por sus tranquilas calles y asomarse a la orilla del río son actividades idóneas para pasar la tarde en Coria. Y qué decir tiene del placer que puede llevar el sentarse en una de las terrazas de sus bares para degustar las excelentes gambas frescas acompañadas con una caña fresquita bien tirada.
Pero sobre todo lo mejor con diferencia, es la fusión que se produce entre Coria y Granada cuando el Simpecado cruza el río. Cuando el atardecer navega sobre las mansas aguas del Guadalquivir, el mismo enrojece el brillo plateado de la carreta alhambreña sobre la barcaza que la llevará hasta la otra orilla, allí donde el pueblo de Coria le espera. Es ahí donde se produce uno de los momentos más emotivos del día, presenciar cómo los bueyes tiran de la carreta en una corrida hasta que el Simpecado por fin, es recibido ante una multitud de gentío que vitorea la llegada de la hermandad de Granada a su pueblo.
Esa misma multitud, mezclada con los granaínos que aguardaban la llegada del Simpecado, acompañan por las calles del pueblo el transcurrir de la plateada carreta. Y será en la mudéjar Iglesia de la Estrella, patrona de Coria, donde Coria entera se convertirá en peregrinos granadinos fundiéndose con ellos en emotivos abrazos, haciendo que éstos mismos, se sientan como el más orgulloso coriano. El canto de La Salve hace de la fusión un momento perfecto para dar rienda suelta a las emociones y los sentimientos, ver cómo un pueblo entero se vuelca con la llegada de la hermandad de Granada hacen sentirse orgulloso de la tierra a la que perteneces, pero sobre todo de sentir afecto por un pueblo volcado con tu sentimiento.
El recorrido por el pueblo finaliza con una última visita al Simpecado de Coria, ya totalmente preparado para iniciar su peregrinar a la mañana siguiente. Así caerá la noche sobre nuestras cabezas, las aguas del Guadalquivir se vuelven oscuras y misteriosas, y frente al bellísimo simpecado coriano, la hermandad granadina rinde culto a sus hermanos con la mejor de sus artes, el canto. Y así termina una jornada intensa de emociones y vivencias, con la partida del Simpecado hacia la acampada a la vera del río, donde ya le aguardan espectantes todas sus carretas.
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