Dicen que la vida da una de cal y otra de arena, nunca me gustó demasiado esa expresión, sobre todo porque me costaba diferenciar qué era la cal y qué era la arena. Siempre preferí pesar que en esta vida a cada uno Dios lo pone en su sitio, y si algo te quita te lo acabará devolviendo, siempre y cuando lo merezcas. Es cierto, que años atrás, veía las cosas de otra manera, a pesar de seguir mirando a la vida de frente y afrontar los retos con fuerza, mi aliento se tornaba alicaído hasta enmudecer cuando los acontecimientos acaecidos no acompañaban con el resultado esperado.
Tuve una de esas rachas malas que nadie desea, de las que en su momento no encontraba final, no veía la luz al final del túnel como suelen decir. Fueron unos años en los que se puede decir que no levantaba cabeza. El devenir de los acontecimientos que llenaban mi vida, hacían hundirme cada vez más en el pesimismo y la miseria. Todo se fue acumulando en un mismo período de tiempo, dolorosas enfermedades, pérdidas muy importantes en mi vida, tanto irreparables, como algunas otras menos irreparables pero no por ello menos dolorosas, fracasos laborales, injusticias que machacaban mi esfuerzo, etc. En fin, una serie de factores personales que me hacían pasar por uno de los momentos más inestables de mi vida, tanto moral como sentimental.
Pero todo cambió hace casi tres años y medio, un soplo de aire fresco entró en mi vida por la puerta de atrás, la conocí a ella, y no podía ser de otra manera, un Viernes de Dolores en pleno Realejo, y tras el famoso retranqueo de Sto. Domingo, se consumaban mis esperanzas por una nueva vida. Fue a partir de entonces, cuando el negro se fue tiñendo de gris para finalmente aparecer un blanco resplandeciente al final del largo caminar por el túnel, la salida estaba allí, y no dudé en tomarla.
Y así fue como se inició todo, a las mariposas que revolotean en el interior provocadas por el nuevo amor, le siguieron otra serie de acontecimientos que hicieron de mi vida un lugar más plácido donde residir. A la estabilidad emocional, le siguió la estabilidad laboral, así como una serie de cambios en mi vida que hicieron que volviese a ver a ver la vida de otra manera. Recuperé gran parte de la fe olvidada en ciertos momentos y me convirtieron poco a poco en el hombre que empiezo a ser hoy día, pero no sólo los buenos momentos me han ido forjando, sino los malos también, de ellos se aprenden más que de ningunos otros para acabar sabiendo qué es lo que quieres en esta vida.
Esta persona que me cambió la vida, es hoy la razón de mi existencia y con la que me gustaría compartir los días que me queden en este mundo maravilloso, aunque cruel e injusto a veces. Es por ello que hoy esté lleno de gozo y sentimientos, a tan sólo un día de certificar ese amor y nuestra unión ante los ojos de Dios.
Por eso, lo de ayer no podía venir en mejor momento, necesitaba estar bajo el Santísimo para poder confesar mis pecados, y sobre todo, para agradecer todo lo que me ha sido concedido en estos últimos años. Aunque suelo decir que tuve suerte, pienso que fue Él quién me llamó ayer para que acudiese a su encuentro con mi costal y la ilusión de quién quiere encontrarse con Dios.
A ti, que has llenado mi vida de ilusiones, esperanzas y alegría.
Y a mi familia por estar siempre ahí.
Os deseo toda la felicidad del mundo, Raúl. No sabes cuánto me alegro por ti y cómo me gusta leer la descripción de un momento tan dulce para ti. Te mereces toda esa felicidad y aún más. Un beso muy grande y mucha suerte para el gran día. Ana B.
ResponderEliminar¡¡Anda hijo !! Quéjate,...valla tus tres últimas entradas. --Te lo mereces--
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