jueves, 27 de enero de 2011

ORACION EN SANTIAGO

Hay momentos en la Semana Santa de nuestra ciudad a los que uno se abona año tras año, intentando no faltar a la cita. Pues bien, uno de esos momentos tan esperados para el cofrade que suscribe este texto es la llegada de la Cofradía del Huerto a la Calle Santiago, momento estelar para sus hermanos y para todos aquellos que nos apiñamos en aceras y balcones para contemplar el trascurrir de los últimos metros que sus titulares recorrerán por tan angosta calle el Lunes Santo.




Una vez pasada la media noche, a caballo entre el Lunes y el Martes Santo hay un barrio que recobra todo su esplendor adornado de incienso, cera y flor, y con tambores y cornetas rompiendo el alboroto cogregado a ras del suelo adoquinado. Por momentos el calor de la gente hace que la calle se estreche, los balcones se acerquen y una fila nazarena abra paso para que el Huerto de los Olivos se instale en Santiago. El incienso vertido endulza el ambiente, como abono para el tronco con ramas de olivo que crece cuando es plantado en el barrio acaparando todo su ancho. Entre los tejados Él mira hacia el cielo con gesto derrotado  y guiado por el Ángel hasta encontrar el haz de la luna,  desiste dejando caer el peso de sus brazos, reza una oración a su Padre pidiéndole que los doce varales de Amargura quepan ante tal estrechura y así poder acompañarle al Convento en el que San Pedro al despertar verá como lo convierten en Reo.




Cuatro zamcos bien fijados miden el largo de la calle palmo a palmo a base de izquierdos, mientras que el ancho se lo dan de costero a costero con el roce de las ramas de olivo en el alféizar de los balcones de Santiago. El ambiente caldeado entre arrumacos de la bulla y por un vaho de esfuerzo costalero que se desprende de los múltiples recovecos del dorado, hacen empañar las capillas incrustadas en el vasto tallado. La fuerte levantá acerca la mirada perdida en el cielo, adentrándose un año más en la claridad que proviene del Comendador Convento, donde las monjas esperan impacientes que el Señor de la Oración vuelva a su regazo, para poder cuidarlo junto a su madre durante todo el año.



Todo ello ocurre en pleno pulmón del Realejo, donde la atenta mirada de hermanos sollozan al ver  que el  Señor que reza en su Huerto va llegando a su encuentro, aunque una voz de Morente quiebra el silencio avisando a aquellos que van durmiendo para que despierten de su letargo, y que vean que Jesús está orando cuando entra por Santiago.


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