En la Semana Santa de nuestra ciudad, existen muchas formas de presenciar los tradicionales desfiles procesionales sin pasar incomodidades, frío o apretujamientos de ningún tipo. Ya no sólo desde casa, acomodado en tu sofá al abrigo de un radiador cercano y con una cerveza en la mano, sintonizando las cadenas de televisión locales que de mejor o peor forma, retransmiten a diario los puntos más vistosos de cada cofradía. También existen múltiples puntos en el centro de la ciudad (a través del recorrido oficial), en los que poder ver el transcurrir de pasos y cortejos a pie de calle, pero de una forma acomodada, sentado en tu palco, rodeado de familiares y amigos.
Esta última fórmula no está mal, porque se puede presenciar el paso de todas y cada una de las cofradías del día, vivir en directo su transcurrir, y sobre todo, poder hacerlo sentado sin que nadie te empuje o te pise, sin ese fatigable dolor de pies ni mareo continuo entre corridas por callejones para llegar a ver una u otra cofradía. Este sin duda, es el método más señorial de ver la Semana Santa en Granada, sobre todo para el que cuente con algo de sobrante en la cartera.
A pesar de ello, tengo otra forma de entender y ver la Semana Santa en la calle. Soy de los que les gusta ver pasar un paso a ras de acera de un callejón cualquiera, de esos que les gusta que el respiradero le pase rozando el rostro, y empaparme de lo que se cuece bajo esos faldones. Me gusta buscar las cofradías en los lugares más emblemáticos de sus barrios, en rincones quizás no tan poblados de público, pero que guardan en conjunto mucho más encanto que otras calles principales en donde ciertos pasos no lucen tanto.
Imagino que este carácter también proviene de lo que he mamado durante muchos años en mi infancia y adolescencia, cuando mochila en mano llena de agua y bocadillos, mi padre nos llevaba a mi madre y a los cuatro hermanos a recorrer callejuelas y plazas donde mejor pudiéramos ver el discurrir de cofradías y pasos, y ya le echaba valor al emprender tan complicada misión. O las interminables horas que pasábamos al pie de la torre de la Catedral viendo pasar una tras otra en nuestro particular palco, eso sí, sin asientos ni reservados.
Siempre he sido cofrade de calle, de esos que lleva colgando el pinganillo de la oreja, y que con programa en mano va buscando el querer de cada paso en la calle. He sido de los de empaparme del incienso anunciador de cada paso, de observar los cortejos detenidamente y mirar cómo van llorando cera los cirios de la mano de cada nazareno. Soy más de salidas y recogías, de sentir el barrio, de salir a buscar cofradías y no esperarlas postrado en un mismo sitio. Me gusta cómo suena una banda en directo enganchando marchas tras el paso cuando va de regreso.
Porque soy de los que piensan que cada cofradía, cada paso, tiene un rincón predilecto en la ciudad en el que brillan por sí solas, en los que se conjugan factores que hace que ese sea el lugar idóneo para ver pasar esa hermandad en concreto. Me gusta escuchar una saeta bajo el balcón del saetero, disfrutar del silencio que se hace en toda una calle para llenarse del sentimiento con un cante. Y qué maravilla cuando esperas a un palio guerrero y te asalta a su paso una lluvia de pétalos interminables que impregnan la calle de un aroma a rosas y clavel, haciendo las delicias del pópulo allí congregado.
Por eso, siempre he preferido ser cofrade de bulla, de los que miran a las imágenes a la cara cuando van de regreso por su barrio. De los que les gusta andar de espaldas esquivando pisotones y empujones ante un misterio que va de largo, o moviéndome al compás de la dulzura que van marcando las caídas de un palio. De esos que al final acaban silbando las marchas que va tocando la banda, mientras ve alejarse el paso. Satisfecho, habiendo cumplido mis sueños.
Incluso suelo ser cofrade solitario. Es bastante común, que con mi cámara en mano, me vaya solo a recorrer la ciudad de punta a punta para disfrutar de esta belleza de paisajes, que las calles y plazas de Granada hacen de escenario perfecto a nuestra Semana Santa. No se lo que me deparará el futuro, ni las circunstancias, pero a día de hoy, prefiero seguir siendo un cofrade de a pie, y disfrutar de lo auténtico de cada cofradía, allí donde más perfecto es su lucimiento, siempre a pie de calle.
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