Dicen que del rostro agonizante de un gitano al que llamaban Cachorro, una gubia sevillana se inspiró. Que aquel moribundo desgraciado desafiaba con su mirada a la propia muerte, resultando vencido en tan vasto envite. Y que aquello sirvió de entre los testigos del suceso, a dar forma e inspiración a un maestro, que supo retener aquel último suspiro del gitano que por su desdicha finalmente padeció.
Y de esas nobles manos surgió tu bendito rostro, la mirada que alcanza en el cielo el destello del mismísimo Dios, con tu planta sobre una cruz vilipendiado te mostraron, y como hijo de Patrocinio te acabaron bautizando. La propia muerte dio forma a tu calvario, inmersa en los ojos inertes que acabaron por sentenciar tu inminente muerte.
Y el barrio de Triana te acogió como El Cachorro, ya que al igual que aquel desafortunado gitano, acabaste con la mirada puesta en el cielo y con los ojos en blanco, exhalando con tu rostro el último suspiro de aire con el que la muerte te hizo prisionero, y con el que acabaste expirando.
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