Anoche, a mi llegada a casa después de una larga jornada laboral, nada más entrar a la habitación me dispuse a cerrar la ventana que había dejado abierta durante todo el día, y entonces la fría brisa manchega que se acercaba a mi ventana me trajo una melodía que me resultaba más que familiar. Me quedé muy quieto y en silencio, y hacia mí vinieron otra vez esos sonidos que tras mucho afinar el oído reconocí como cornetas y tambores en el silencio de la noche. Me pilló totalmente desprevenido, no me esperaba que en este marco de llanuras y tierras labradas me encontraría con la música más deseada por mí en estas fechas precuaresmales, sonidos que me transportaron a las angostas calles del Realejo, al empedrado albaycinero, y al espíritu cofrade de mi tierra que siempre llevo en la maleta cada vez que me despido de ella.
La panorámica desde mi ventana me permitió seguir con la vista al dulce sonido que tanto me agradaba, y por fin divisé a lo lejos un grupo de personas que tocaban sus instrumentos al lado de un polígono industrial y junto a un puente a la friolera temperatura de 3º a pleno raso. Otro recuerdo me invadió muy adentro, no solo en Granada las bandas se baten en duelo contra el frío y la dura climatología del invierno a pecho descubierto bajo el amparo de un puente. Por lo visto es un rasgo común en cualquier punto de la geografía cofrade.
Y ahí estaba lo que me hizo erizar la piel, lo que cristalizó mis retinas, a lo lejos el silbido de cornetas trajo hasta mí los sones de una de las marchas más influyentes en mi vida cofrade, una de las más bellas, sonaba María Santísima del Rocío. Ello me hizo estremecer sobre el marco de la ventana y que sacase medio cuerpo hacía el exterior para estar más atento a lo que escuchaba, mientras mis labios silbaban a la vez que lo hacía la marcha. Todo me hizo recordar que ya está aquí, que por fin el tiempo consumió las hojas del calendario, que las casas de hermandad se llenan de costaleros en las igualás, comienzan los ensayos, las bandas se reunen a diario, y el perfecto engranaje cofrade pone al servicio de la ciudad todos los preparativos para lo que ha de llegar en una nueva Semana Santa.
Todo el tiempo que duró esa excepcional marcha quedé inmóvil bajo la ventana, con los últimos redobles desperté y el frío que embriaga mi nariz me hicieron volver de mis recuerdos sobre una ciudad Santa, de lo que nos deparará esta Cuaresma, de las nuevas experiencias que me esperan bajo la madera, y que por fin este lunes me enfundaré mi costal para hacer una de las cosas que más me gustan. Asi mismo me alegré bastante al descubrir que un rincón perdido de la Mancha también se vive la pasión como en mi tierra, aunque sólo sean un grupo de locos que soportan la soledad del frío invernal para hacer realidad sus sueños.
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