Hay un día al año en el que la noche cerrada se torna iluninada, la claridad blanquecina de la luna llena se asoma por reflejo en una cruz de piedra en San Pedro, para llorar a la ladera de la Alhambra haciendo de sus lágrimas el río Darro, que serpenteante entre malezas y puentes resquebrajados intenta seguir la trayectoria del rachear de los pasos que portan al que agoniza y muere en una cruz de taracea, clavado.
Es en esta noche, en la que las oscuras calles de una gélida ciudad nueva se abarrotan de muchedumbre silente que admira atónita al cristo silencioso a su paso, silencio sólamente roto por un canto de saeta ante el que enmudecen al pasar por delante de ellos su sereno y pálido rostro. Todo aquello por lo que suspiró aquél moro se inunda de palabra verdadera, de cristiandad ante la imagen del dios misericordioso, agonizando tras los clavos que tersan la piel de sus pies y sus manos. La sangre de toro se va marchitando, el rostro es etéreo, y los pies que rachean por adoquines carcelarios avanzan poco a poco restandole horas a la noche, consumiéndola, dejando paso a una madrugá de temor y desconsuelo.
Él ya está muerto, y el silencio es quebrantado por el toque roto en la piel de un tambor destemplado que anuncia la llegada de su paso. La penitencia convertida en cadenas y esparto acompaña silenciosa su rastro. Una vez más, el silencio se quiebra en la noche con un canto, esta vez con dulces voces de clausura en pleno barrio. Las cuestas empedradas van dejando atrás el gemido de un costalero exhausto.
El rastro dejado por cuatro hachones morados es fielmente seguido por faroles y hábitos de cola arrastrados, aroma a muerte y taracea se alojan en cada rincón a su paso. Los pies que obedecen la voz de mando se convierten en el cobijo de unas almas seguidoras de su silencio eterno. Pero pese a la oscuridad de ahí abajo, una luz ilumina sus corazones para poder portarlo, y aunque el hormigueo de sus brazos bajo las trabajaderas no les haga desistir, jamás se oirán sus voces ni sus llantos, porque es con los pies con lo que ellos van rezando.
Raul que buenas y gélidas madrugás hemos pasado juntos, espero tenerte este año conmigo, ya que el año pasado te echamos de menos un abrazo.
ResponderEliminarJoaquín
Ni que lo digas Joaquín, espero poder olvidar el año pasado y volver a disfrutar esas madrugás junto a todos vosotros. un abrazo.
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